Descripción
Bakunin desarrolló una teoría política que se adecuaba dúctilmente a las energías populares que eran desencadenadas en las revoluciones. 1789 era para él una cifra tan renombrada como subvalorada: el emblema del «pecado original» de la política moderna, el inicio del moderno linaje de la autoorganización, correspondencia material para las capacidades auto creativa del ser humano. En este sentido, Bakunin nunca dejó de ser un ilustrado radical convencido de que los hombres y sus sociedades debían inventarse a sí mismos, y que para ello solo era necesaria una dosis máxima de libertad. La cuestión religiosa obsesionó a los anarquistas. Por un lado, la ontología anarquista centrada en la autocreación del ser no podía aceptar la hipótesis divina; por otra parte, sociológica e históricamente, el rol de la Iglesia cristiana en la ignorancia de la humanidad y el control de la autoridad eclesiástica sobre la conciencia eran datos políticos de peso. A Bakunin debemos la acuñación…