Descripción
En una revolución hay que distinguir dos cosas: la obra constructiva en lo moral y en lo económico, la consecuencia en la integridad incorruptible, y el destino propio de la revolución como fenómeno anecdótico. No siempre se puede dominar convenientemente el destino de una revolución política que tiene, según parece, sus leyes propias de levante y poniente, de autora, cenit y ocaso. Pero podemos hacer que permanezcan vivos los vestigios edificantes entre las cenizas de la revolución malograda. Este saldo de vestigios permanentes es tal vez la única revolución real y positiva.
¡Pobre de la revolución que para salvar su finalidad suprema se devora a si misma! ¡Pobre de la revolución que aguarda al triunfo final para realizarse!
A pesar de todos los incovenientes y torpezas, la revolución española tuvo el acierto de realizarse a sí misma. La obra revolucionaria de las colectivizaciones será su huella indeleble en el espacio y el tiempo. Lo demás pasará a la posteridad…